El mago y el inversor

Un inversor conocía un mago que siempre acertaba. Así que un día le pidió una predicción acerca de alguna empresa que fuera a tener un crecimiento espectacular de sus ingresos. El mago le aseguró que la empresa X doblaría sus ingresos en los siguientes tres años. Cuando el mago hizo la predicción, X ingresaba 100 y sus costes eran de 60, de modo que sus beneficios eran de 40.

Al cabo de esos tres años, los ingresos de X se duplicaron, tal como había predicho el mago, pero los costes de la empresa se multiplicaron por 5 de forma que sus ingresos fueron de 300 y sus gastos de otros 300. Por tanto, el beneficio fue cero y las acciones de X se desplomaron.

Habiendo aprendido la lección, el inversor volvió a ver al mago y le pidió que le hablara de alguna empresa que fuera a doblar beneficios en poco tiempo. El mago le complació al decirle que la compañía Z alcanzaría esa proeza en sólo dos años. El inversor se apresuró en comprar las acciones de Z.

Habían transcurrido unos meses cuando Z compró otra compañía. En efecto, al cabo de dos años los beneficios de Z se habían duplicado porque incorporaban los beneficios de la nueva filial. Pero Z tuvo que hacer una macroampliación de capital para absorber la empresa adquirida y el número de sus acciones se multiplicó por 2,5, de forma que su beneficio por acción cayó un 20%. El mercado penalizó la pesada digestión de Z y el precio de las acciones se derrumbó.

El inversor tenía claro ahora que lo importante no era el volumen de ingresos ni el de beneficios sino el beneficio por acción ya que esto era lo que realmente le interesaba al accionista. Entonces le pidió al mago que le predijera qué empresa del mercado iba a tener el mayor crecimiento en su beneficio por acción. El mago le dijo que ABY destacaba sin duda por encima de todas las demás y le anticipó que doblaría su beneficio por acción en tres años.

El inversor compró tantas acciones de ABY como pudo a un precio de 200 euros. Nunca había realizado una apuesta tan decidida. En ese momento, el beneficio por acción de la empresa era de 5 euros.

En efecto, al cabo de tres años el beneficio por acción de ABY se multiplicó por dos, a 10 euros. Pero el precio cayó a 100 euros, un 50%. ¿Por qué? ¿Qué había pasado?

El inversor compró las acciones a 200 euros cuando el beneficio por acción era de 5 euros. Es decir, la proporción entre ambas variables era de 40. En otras palabras, había pagado 40 veces el beneficio por acción de ABY. En bolsa esta proporción se conoce con el nombre de relación precio-beneficio o PER (del inglés Price-Earnings Ratio). Pero en tres años las cosas pueden cambiar mucho y ABY dejó de ser una empresa de alto crecimiento para convertirse en una empresa de resultados sólidos per con un crecimiento más lento. El mercado dejó de valorar las expectativas futuras de ABY como lo había hecho años atrás y sólo estaba dispuesto a pagar 10 veces el beneficio por acción. Por eso, el precio fue de 100 euros.

El inversor llegó a la conclusión de que debía pedirle al mago que adivinara qué PER tendrían las acciones en el futuro. Pero también comprendió que ese dato no servía de nada si no sabía además el beneficio por acción de cada compañía. Cuando fue a ver al mago, este le avisó de que no podía predecir dos variables al mismo tiempo. Finalmente, el inversor, después de haber perdido casi todo su dinero en apuestas seguras, comprendió que nunca podría comprar un valor «con futuro».

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